Hace tiempo tuve la inmensa fortuna de encontrarme con Alastair Carmichael y además de conocer a un “loco” de los libros antiguos y uno de los mayores expertos en literatura española, descubrí a un romántico incurable. Alguien que vende libros, compone e imprime como se hacía en 1930 sencillamente es un caso sin tratamiento. El problema es que hay ciertas enfermedades que afectan a determinadas personas y son muy contagiosas. Desde aquella mañana de hace casi dos años en su casa de Lloreda de Cayón empecé a padecer extraños síntomas y el diagnóstico es ya claro. Me ha pegado su enfermedad y aquí pueden verse las primeras consecuencias. Una edición única impresa de forma totalmente artesanal, NO VENAL y limitada a 100 ejemplares de El amor, un poema de Manuel Altolaguirre, poeta de la Generación del 27 al que también he descubierto gracias a Alastair.
Pedro Salinas le llamaba cariñosamente “el Don Juan de las imprentas” y decía de Altolaguirre: «La verdad es que este Manolito ha trabajado más que ninguno de nosotros, él, el único que ha hecho cosas con las manos, con los músculos, obra de obrero, pasándose horas y horas en un zaquizamí, sudando, sonriendo, cayéndose de sueño. […]. ¡Y sus versos! ¡Cuánto le debemos a Manolo, cuántos habrá dejado de escribir él por imprimir los nuestros!».
Pasaron los meses y una tarde, tomando café y hablando de amor y poesía en casa de mi querido amigo Faustino, se ausentó un momento y trajo de su biblioteca una carpetilla de plástico que me regaló. Un regalo que tiene parte de culpa en todo esto y por el que le estaré agradecido de por vida. En su interior había un díptico desgastado tamaño folio en color morado con un título que rezaba: DOS POEMAS fechado en París en 1931. Lo abrí con cautela porque algo me decía que tenía en las manos un ejemplar muy especial y así era. Se trataba de un original sin numerar de la tirada de 100 copias “para sus amigos” que Manuel Altolaguirre imprimió en su prensa manual Minerva durante su estancia en París. El legajo contenía dos poemas, uno de Carlos Rodríguez-Pintos y otro de Manuel Altolaguirre titulado Noche Humana, ilustrados por Gregorio Prieto. Tras ese díptico había otro par de hojas dobladas, una de ellas con correcciones manuscritas sobre un texto que corresponde a su poema Te quiero y otra hoja con un texto sin titular de otro poema suyo: El amor, y que como puede verse en las imágenes, es diferente en algunos versos a la versión final que conocemos.
Tiempo después me hice socio de la biblioteca de la Residencia de estudiantes, lugar en el que convivieron muchos de los escritores y artistas de la Generación del 27 y en la que se custodia el legado de Altolaguirre. En el silencio de la sala, estudiando y buscando materiales del autor, encontré un sobre tamaño cuartilla en el que había un cuadernillo de 8 páginas titulado Un verso para una amiga. En el interior un poema que dice: Escucha mi silencio con tu boca. Era una edición facsímil de la realizada originalmente por el poeta malagueño en París en 1930 y quedé tan impresionado con el diseño tipográfico, la sencillez y la encuadernación que decidí hacer algo con un formato similar como tributo personal y homenaje a Manuel Altolaguirre, un artista de la poesía, de la edición y de la imprenta que también realizó guiones para cine y llegó a dirigir películas.
Para empezar necesitaba una Minerva Boston manual de los años 20, algo que no se puede comprar en Amazon por muy prime que uno sea, y como suele suceder con las cosas en las que el corazón marca el ritmo, busqué y rebusqué hasta dar con otro enfermo del diseño y la impresión tipográfica artesanal que vendía una de sus Minervas. Agarré el coche y fui a por ella sin pensarlo dos veces. Tras desembolsar una cantidad con la que “hoy podrías comprarte 10 impresoras láser y dejarte de historias”, como me dijo alguien con mente sana, ubiqué la preciosa Minerva en mi biblioteca, consciente de lo quijotesca que podía resultar esta aventura. Después de un ataque de lumbago por intentar mover un bloque de hierro fundido de más de ciento cincuenta kilos realicé las primeras pruebas, ensuciándome de tinta hasta en los lugares más insospechados y con la ilusión de un niño al ver aparecer las impresiones en el papel.
Tras dos meses de ajustes y cambio de algunas piezas la máquina estaba lista. En una jornada de 12 horas de trabajo y muchos errores de principiante pude imprimir las 100 copias de esta edición. El trabajo necesitaba además otras 24 horas de secado y una vez listo pude realizar el plegado y la encuadernación de forma manual, cosiendo uno a uno los lomos con hilo rojo de algodón puro.
Son muchas las razones por las que he decidido aceptar esta enfermedad y no dejarme tratar por los remedios sin efecto del mundo moderno. Esta edición es un homenaje al amor y un tributo a Manuel Altolaguirre.
Gracias Manuel
Apéndice para puristas de la impresión tipográfica.
Aún no he podido conseguir un tipo Bodoni cuerpo 12 ó 14 para texto y de mayor cuerpo para titulares por lo que en esta edición he trabajado con planchas de magnesio y polímeros. Espero poder realizar el próximo proyecto con tipografía pero como sabéis, una máquina como la Minerva es como un coche clásico de los que quedan muy pocos por el mundo. Conseguir las piezas y mantenerlo en funcionamiento es un trabajo que requiere paciencia, tiempo y una inversión que hay que realizar poco a poco, por lo que tendré que esperar a ganar unas pesetas para poder comprar tipos y componer nuevas páginas.
«Fue un impresor glorioso, que con sus propias manos formaba las cajas con estupendos caracteres bodónicos. Manolito hacía honor a la poesía con la suya y con sus manos de arcángel trabajador»
Pablo Neruda

«Realizaba su trabajo con el mismo amor que los artesanos del medievo ponían en sus obras»
Margarita Abella, escritora argentina
«Como soy muy pobre, no tiene para mí importancia el dinero. Si quiere ayudarme, cuando reciba la edición me hace el regalo de la cantidad que quiera. Unos pocos de francos que me servirán para comprar más papel. No puedo pretender ganar mi vida con un trabajo de tan poco rendimiento. Mi máquina produce con una limitación inverosímil y a costa de un esfuerzo alegre que solo se compensa con el resultado. El ver bien impresas sus hermosas poesías es el único precio a que aspiro».
Carta a Alfonso Reyes, 8 de mayo 1931
«Vivía yo como huésped en la casa de una viuda de un coronel. Familia que tenía varios hijos. Familia muy respetable. Como yo tenía que ganar dinero para mis gastos, una mañana le pedí permiso a la señora para instalar en mi cuarto mi máquina de imprimir y ella bondadosamente me lo concedió. Su sorpresa fue muy grande cuando vio que el ascensor donde yo puse la máquina se quedó atorado entre dos pisos. La pobre señora había creído que se trataba de una máquina de escribir. Pero como era más fácil subirla que bajarla, tuvo que conformarse con que yo la instalara en el cuarto». 
Manuel Altolaguirre
«Los libros que salían de sus manos y de su Minerva acusaban a veces la precipitación acuciado por las necesidades materiales. Esto explica las numerosas erratas y faltas de ortografía de sus publicaciones; erratas y faltas que, dicho sea de paso, la imparable simpatía de Altolaguirre se hacía perdonar de inmediato. […] Otras veces por el contrario el resultado es exquisito, primoroso, un ejemplo de esmero, con sus papeles verjurados, cosidos artesanales, desde principio hasta el fin».
Andrés Trapiello
«Desde el primer momento Altolaguirre conseguiría obras más que notables en un ambiente general dominado por la inercia y el cerrilismo. Editó a los mejores poetas de su tiempo y alcanzó la siempre rara adecuación entre fondo y forma. […] [Sus ediciones,] con su estilo característico e inconfundible, han de ser hoy con justicia y ecuanimidad puestas en lo más elevado de la ejemplaridad tipográfica y poética española».
Andrés Trapiello

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